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A eso del mediodía me llevó usted a mí y a una señora a la Stockton
Street, hasta la de Sacramento y luego a la de Jones. Allí bajé yo.
Así es dijo el hombre rubicundo . Lo recuerdo.
Le dije que la llevara a un número de la Novena Avenida. No la llevó
allí. ¿Adónde fueron?
El hombre se restregó un carrillo con una mano sucia, miró a Spade
recelosamente y dijo:
Bueno..., en cuanto a eso...
No tenga cuidado le tranquilizó Spade, dándole una de sus
tarjetas . Ahora, si quiere usted sentirse más tranquilo, podemos ir a su
oficina y que su superior dé la conformidad.
Bueno, parece que no hay truco. La llevé al edificio Ferry.
¿Sola?
Sí, desde luego.
¿No la llevó usted antes a ningún otro lado?
No. Verá usted, la cosa fue así: después que se bajó usted del coche,
me dirigí hacia Sacramento, pero cuando llegamos a la Polk dio unos golpes
en el cristal y me dijo que quería comprar un periódico, así que yo paré en
una esquina, le silbé a un chico y compró el periódico.
¿Qué periódico?
El Call. Bueno, pues tiré otra vez hacia Sacramento, y no habíamos
hecho más que cruzar Van Ness cuando volvió a pegar en el cristal y me dijo
que la llevara al edificio Ferry.
¿Parecía nerviosa, o algo?
No le noté nada.
¿Y cuando llegaron al edificio Ferry?
Me pagó, y se acabó.
¿Había alguien esperándola allí?
Si había alguien, yo no lo vi.
¿Qué camino tomó?
¿En el Ferry? Pues no lo sé. Puede que subiera o que se dirigiera
hacia la escalera.
¿Se llevó el periódico?
Sí, lo tenía debajo del brazo cuando me pagó.
¿Con la hoja rosa hacia fuera, o con la blanca?
¡Caray! De eso sí que no me acuerdo...
Spade le dio las gracias y le dijo, dándole medio dólar de plata.
Tome, cómprese un cigarro.
Spade compró el Call y entró en un portal para examinarlo.
Sus ojos recorrieron rápidamente los titulares de la primera página, y
luego los de la segunda y de la tercera. Se detuvieron un momento en
Detenido por sospechoso de falsificación que aparecía en la cuarta página, y
luego al llegar a la quinta, en Muchacho de la bahía trata de matarse de un
tiro. Las páginas 6 y 7 nada contenían que mereciera su atención. En la 8, la
atrajo Tres muchachos detenidos por robo en San Francisco después de un
tiroteo, y así llegó sin más peripecias hasta la página 35, en la que aparecían
el parte meteorológico, el movimiento del puerto, notas agrícolas, de
finanzas, de divorcios, nacimientos, bodas y muertes. Leyó la lista de los
fallecidos, pasó rápidamente las hojas 36 y 37 -cotizaciones de Bolsa-, no
encontró nada de interés en la 38 y última página, suspiró, dobló el
periódico, se lo metió en el bolsillo del abrigo, y lió un cigarrillo.
Cinco minutos permaneció en el portal del edificio de oficinas, fumando,
con la mirada perdida y de mal humor. Entonces fue caminando Stockton
Street arriba, paró un taxi y se dirigió a Coronet.
Entró en el edificio, y luego en el departamento de Brigid con la llave
que ella le había dado. El vestido azul de la noche anterior estaba tirado
encima de los pies de la cama. Las medias y los zapatos azules estaban en
el suelo de la alcoba. La caja policroma que contuvo las joyas en el cajón del
tocador estaba ahora vacía y encima del mueble. Spade la contempló con
mirada hosca, se pasó la lengua por los labios, fue de un lado a otro por las
distintas habitaciones, mirándolo todo y no tocando nada, y acabó por salir
del Coronet y volver al centro de la ciudad.
A la puerta del edificio en que estaba su despacho se dio de cara con el
guardaespaldas de Gutman. El chico se puso delante de Spade, cerrándole el
paso y dijo:
Venga. Le quiere ver.
El muchacho conservaba las manos en los bolsillos del abrigo. Los dos
bolsillos estaban más abultados de lo que resultaría razonable si sólo
hubieran contenido las manos.
Spade sonrió y dijo, burlonamente:
No te esperaba hasta las cinco y veinticinco. ¿Te he hecho esperar?
El muchacho alzó la mirada hasta la boca de Spade y dijo en tono
forzado, como si algo le doliera físicamente:
Usted siga metiéndose conmigo y se va a encontrar de buenas a
primeras sacándose una bala del ombligo.
Spade se echó a reír y dijo alegremente:
Cuanto más ruin el rufián, más cháchara sabe. Vamos, andando.
Subieron la Sutter Street el uno junto al otro. El chico no sacó las
manos de los bolsillos del abrigo. Recorrieron en silencio como una
manzana, y entonces Spade preguntó, apaciblemente:
¿Cuánto tiempo hace que te pasaste desde la acera de enfrente,
chico?
El muchacho no demostró haber oído la pregunta.
¿Alguna vez has...? comenzó a decir Spade.
Pero se interrumpió. Una luz apagada había comenzado a iluminar
tenuemente sus ojos amarillentos. No volvió a dirigirse al muchacho.
Entraron en el Alexandria, subieron en el ascensor al duodécimo piso y
echaron a andar por el pasillo que conducía a las habitaciones de Gutman. El
pasillo estaba desierto.
Spade se rezagó ligeramente. Cuando estaban a seis pasos de la puerta
de Gutman, Spade se hallaba ya como a un paso detrás del muchacho. En
ese momento se inclinó hacia un lado súbitamente y agarró por detrás los
dos brazos del chico, un poco por debajo de los codos. Le forzó a extender
los brazos hacia adelante de tal manera que las manos, embutidas en los
bolsillos del abrigo, levantaron éste. El muchacho se debatió y retorció, pero,
sujeto como estaba por las manos de Spade, nada pudo hacer. Coceó con
furia, mas sus pies pasaron por entre las piernas abiertas de Spade.
Spade le levantó en vilo y luego le bajó con fuerza sobre los pies. El
impacto hizo poco ruido sobre la gruesa alfombra. En el mismo momento en
que los pies del chico dieron contra el suelo, las manos del detective se
deslizaron por sus brazos y agarraron las muñecas. El chico, apretando los
dientes, seguía tratando de soltarse de las manos que le sujetaban, pero no
pudo lograrlo, ni tampoco evitar que las manazas de Spade se apoderaran
de las suyas. Los dientes del chico rechinaban, hacienda un ruido que se
entremezcló con el de la respiración de Spade, cuando éste estrujó las
manos prisioneras la una contra la otra.
Ambos permanecieron tensos e inmóviles durante un larguísimo
instante. Luego, los brazos del chico cayeron desmadejados. Spade le soltó y
dio un paso atrás. En cada mano de Spade, una vez fuera de los bolsillos del
abrigo del muchacho, había una pistola automática de grueso calibre.
El chico se volvió y quedó de frente a Spade. Su rostro estaba
mortalmente pálido y sin expresión. Tenía las manos en los bolsillos del
abrigo. Clavó la mirada en el pecho de Spade y permaneció en silencio.
Spade se metió las dos pistolas en los bolsillos y sonrió
despreciativamente.
Vamos adentro le dijo . Esto le va a gustar mucho a tu patrón.
Se acercaron a la puerta de Gutman, y Spade llamó con los nudillos.
13. EL REGALO DEL EMPERADOR
Gutman abrió la puerta. Una alegre sonrisa iluminaba el obeso rostro.
Alargó la mano y dijo:
Pase, pase. Muchas gracias por haber venido... Pase usted.
Spade le estrechó la mano y entró. El muchacho do hizo después que
él. El hombre gordo cerró la puerta. Spade sacó de los bolsillos las dos
pistolas del chico y se las ofreció a Gutman.
No debiera usted dejarle que fuera por ahí con estas cosas. Se va a
hacer daño.
El hombre gordo rió alegremente y cogió las pistolas.
¡Vaya, vaya! dijo . ¿Qué ha pasado...? y miró a Spade y al chico.
Nada de particular respondió Spade . Un chico tullido vendedor de [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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