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Durante un rato Kerans trató de pensar claramente, luchando con esa inversión total del
mundo cotidiano, incapaz de aceptar la lógica de ese renacimiento que hab�a ocurrido
ante �l. Se preguntó en un principio si no habr�a habido una reversión clim�tica de
modo que ahora los mares estaban retir�ndose. Si era as� tendr�a que tomar el camino de
vuelta hasta este nuevo presente, pues de otro modo quedar�a abandonado a millones de
a�os de distancia, a orillas de alg�n lago tri�sico. Sin embargo, el gran sol le martilleaba
a�n el interior de la mente, con la misma fuerza que antes.
 Esas bombas son poderosas  dijo Bodkin a su lado . El agua est� descendiendo
casi un metro por minuto. Ya no estamos lejos del fondo. �Es fant�stico!
Una risa se alzó en el aire cada vez m�s oscuro. Strangman, tendido a�n en el div�n, se
secó los ojos con una servilleta. Libre de la tensión de los preparativos, disfrutaba ahora
mirando los tres rostros estupefactos sobre la baranda. Arriba, en el puente, el Almirante
observaba la escena esbozando apenas una seca sonrisa. La luz declinante se le reflejaba
en el pecho desnudo como en un gong. Abajo, dos o tres hombres tironeaban de unas
amarras orientando el barco en la plazoleta.
Las dos lanchas que hab�an ido a la desembocadura del canal durante la exhibición de
fuegos artificiales flotaban ahora detr�s de un torrente, y una masa espumosa de agua
sal�a por las dos bocas de las bombas. En seguida aparecieron unos techos ocultando la
escena, y la gente de la nave alzó los ojos hacia los edificios de la plazoleta. Sólo
quedaban cinco o seis metros de agua. A unos cien metros, en el extremo de una
callejuela, la tercera lancha avanzaba titubeando bajo los cables.
Strangman se serenó y se acercó a la barandilla.
 Perfecto, �no le parece, doctor Bodkin? Una verdadera broma, un espect�culo
realmente soberbio. Vamos, doctor, no ponga esa cara, �felic�teme! No fue tan f�cil.
Bodkin asintió inclinando la cabeza y se movió a lo largo de la barandilla, a�n
estupefacto.
 �Pero cómo pudo cerrar el per�metro? No hay un muro continuo alrededor.
 S� ahora, doctor. Pens� que usted era el experto en biolog�a marina. Los hongos han
consolidado el barro, y durante la �ltima semana el agua ha estado entrando por un solo
sitio. Lo cerramos en cinco minutos.
Strangman contempló animadamente las calles que asomaban a la luz p�lida, los techos
jibosos de los autos y ómnibus que aparec�an en la superficie. Las an�monas y estrellas
de mar se sacud�an d�bilmente en las aguas bajas, y unas algas inertes colgaban de las
cornisas.
 Leicester Square  susurró Bodkin.
Strangman dejó de re�r y se precipitó hacia Bodkin mirando con ojos rapaces los
pórticos con letreros de neón de los cines y teatros.
 �As� que usted conoc�a el barrio, doctor! Qu� l�stima que no nos haya ayudado antes,
cuando no sab�amos dónde buscar.  Lanzó un juramento y descargó el pu�o en la
barandilla sacudiendo el codo de Kerans. Bueno, qu� importa, �ahora comienza la
parte seria!
Strangman torció la cara, apartó de un puntapi� la mesa de la cena, y se alejó grit�ndole
al Almirante.
Beatrice observó, alarmada, con la mano delgada en el cuello, cómo Strangman
desaparec�a en la cubierta inferior.
 Roben, est� loco. �Qu� haremos? Secar� todas las lagunas.
Kerans asintió con un movimiento de cabeza, pensando en la metamorfosis de
Strangman. El humor del hombre hab�a cambiado bruscamente, tan pronto como
reaparecieron las calles y los edificios sumergidos. Hab�a perdido toda traza de
refinamiento cort�s y de humorismo lacónico y era ahora ladino e insensible, el esp�ritu
renegado de los barrios bajos que regresaba a su mundo perdido. Parec�a como si la
presencia del agua lo hubiese anestesiado, encubriendo su verdadero car�cter,
mostrando sólo el barniz superficial del encanto y la extravagancia.
Detr�s de ellos, la sombra de un edificio de oficinas cruzaba la cubierta, dibujando una
cortina oblicua de oscuridad sobre el cuadro. Sólo se ve�an ahora unas pocas figuras:
Ester y el capit�n negro de los gondoleros, y una solitaria cara blanca, un miembro
lampi�o del Consejo de los Diez. De acuerdo con la profec�a de Strangman, Beatrice
hab�a cumplido su papel simbólico y Neptuno hab�a cedido, retir�ndose.
Kerans alzó los ojos hacia la masa redonda del laboratorio, posado en el techo del cine,
detr�s de ellos, como un pe�asco enorme al borde de un acantilado. Los edificios m�s
altos de las orillas, de unos veinticinco metros de altura, se elevaban ahora ocultando la
mitad del cielo, encerrando la nave en el fondo de un ca�ón.
 No importa mucho  contemporizó Kerans. Abrazó a Beatrice sosteni�ndola cuando
la nave tocó fondo y se balanceó ligeramente, aplastando con la quilla un coche
peque�o . Cuando termine de saquear las tiendas y los museos, se ir� de aqu�. Adem�s
la temporada de lluvias empezar� dentro de una semana o dos.
Beatrice se sobresaltó. Los primeros murci�lagos volaron entre los techos, yendo de una
cornisa goteante a otra.
 Pero todo es tan horrible. No puedo creer que alguien haya vivido aqu�. Parece una
ciudad imaginaria del infierno. Roben, necesito la laguna.
 Bueno, podr�amos irnos y viajar hacia el sur por las planicies de barro. �Qu� te
parece, Alan?
Bodkin meneó la cabeza, mirando a�n inexpresivamente los edificios oscuros de la
plaza.
 Pod�is iros vosotros. Yo tengo que quedarme. Kerans titubeó. [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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