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destino.
Volvió de nuevo al estado consciente ordinario en lo que parecía ser un pequeño
apartamento. Echó una breve mirada ante sí estaba de pie, en la posición que ocupaba
al afrontar al Supe , y el choque de lo que le habían hecho fue percibido por su cuerpo
físico. Se aseguró el equilibrio sobre el suelo.
Allí, como siempre, no cayó totalmente en la inconsciencia.
Según todas las normas ordinarias debería estar al límite de su capacidad, pero, en
realidad, atravesaba un estado incierto y brumoso que era el mismo equivalente físico de
su estado de estupor cuando estuvo errando por el universo subjetivo. Durante los días en
que gradualmente se fue disipando, comprendió de un modo vago que se había
arrastrado por el suelo en dirección a una cama cercana, y que había bebido una o dos
veces de un surtidor que halló por los alrededores. Pero no había comido, ni dormido; ni
siquiera consiguió un solo instante el estado de ensueño medio activo que constituía su
habitual forma de reposo.
En el sentido físico del término, no sufrió. No recordaba haber padecido el menor daño
físico como consecuencia de su transferencia a aquel lugar. Lo que había sido desgarrado
y atacado en él era su personalidad esencial, inmaterial. Y el efecto parecía similar al que
habría causado una profunda depresión. Era físicamente capaz de levantarse y examinar
su entorno. El acto de voluntad que necesitaba para actuar de aquel modo, sin embargo,
resultaba semejante al que habría tenido que hacer un hombre sin sangre y a punto de
morir para levantarse.
Pero, gradualmente, recuperó el sentido.
En primer lugar, fue consciente de que el apartamento tenía la forma de una sección
cilíndrica, cuya base formara el piso. Estaba amueblado con el lujo compacto del
camarote de submarino transatlántico. Entre las curvas paredes, se hallaban dispuestos
un diván y varias sillas, consolas de grabación, un tocadiscos, un bar, una pequeña
cocina... e incluso algunas esculturas y un par de cuadros, uno al óleo y, el otro, realizado
con arcilla roja, negra y amarilla.
También había una zona despejada, con el suelo pulido y negro, que constituyó el lugar
de su llegada.
En cierto momento del tercer día se encontró mirando las pinturas como lo habría
podido hacer un hombre estupefacto. Su percepción, débil pero segura, realizó la
conexión de inmediato, y empezó a reírse en voz baja. Acababa de descubrir
repentinamente la existencia de un plasma que podía reemplazar en parte la sangre física
que le habían arrebatado.
Se dejó caer pesadamente en el sillón, del que se deslizó al suelo y se arrastró con
dificultad sobre las manos y las rodillas hasta el tocadiscos. Una vez allí, fue hasta las
consolas de grabación y hasta un anaquel adyacente en el que encontró un directorio
impreso.
Veinte minutos más tarde, de nuevo estaba tendido en el diván. Las finas melodías del
Trovatore se descolgaban de los altavoces del tocadiscos; el rico lienzo de La Adoración
de los Magos se imprimía en la pantalla de las consolas de grabación, y el solemne dolor
del soneto de Milton sobre su ceceo tintineaba como una campana de sonido lento y
velado en la hoja impresa que Paul sujetaba:
Cuando considero cómo se pierde la luz
De la mitad de mis días en ese mundo oscuro y enorme...
Paul siguió tendido, pasando del arte a la música, de la poesía a las matemáticas, de la
filosofía a la medicina, y así todos los campos de estudio humanos. Y, lentamente, la vida
de todos los que habían tenido algo que dar a la vida se derramó en su propio ser y la
vida empezó a volver a él.
El cuarto día después de su llegada, se encontró nuevamente normal. Se preparó una
copiosa comida en la cocina y empezó luego a explorar los límites de la prisión a la que le
habían condenado.
Tendría unos treinta pies de ancho y otro tanto de altura en las mayores distancias
entre aquellas dimensiones. A cada extremo se encontraba un gran círculo aplastado por
la línea del techo. Un círculo delimitaba la zona de su llegada. Otro llenaba simplemente
el más lejano confín del viviente espacio.
Paul examinó con mayor interés aquel segundo círculo. El primero, por encima de la
zona de su llegada, disimulaba posiblemente el límite de actividad de un acelerador.
Quizá el segundo bloqueaba el camino hacia una salida que permitía escapar. Mirando
más atentamente, descubrió que, de hecho, el segundo era algo así como un cierre no
móvil, mantenido en su sitio por un sencillo cerrojo magnético.
Desenroscó el cierre, y la mitad inferior se apartó de él como si fuera la mitad de una
enorme puerta. Franqueó la abertura y se encontró en una extensión del cilindro, tres
veces mayor que la zona habitable y llena de equipo embalado. Dejó que su mirada se
posase en las herramientas que había en las cajas, y la respuesta que andaba buscando
apareció claramente. Era el material con el que el terminal del acelerador podía ser
llenado, tanto para su envío como para su recepción. Echó un vistazo a las etiquetas de
algunas cajas, pero se trataba de tarjetas perforadas redactadas con una estenografía
técnica que no conocía. Se dirigió hacia el muro circular que cerraba aquella sección del
cilindro.
Estaba sellada con una barra de plástico soldada. Aquel dispositivo parecía destinado a
ser eliminado fácilmente, pero sólo por alguien que conociera el modo de hacerlo y la
razón por la que lo hacía.
Paul dio media vuelta y estudió nuevamente la segunda habitación, pero no encontró
ninguna advertencia ni lista de instrucciones.
Volvió a su cuarto y se dispuso a registrar la zona minuciosamente. Abrió todos los
cajones, hormigueó en los papeles. No había ni hoja de instrucciones ni manual alguno.
Evidentemente, la persona a la que había sido destinada aquella instalación tenía que
saberlo de antemano. Paul se colocó en el centro de la sala y buscó con la mirada un
lugar que se le hubiera olvidado examinar; de pronto, se produjo un ruido a sus espaldas,
procedente de la zona terminal.
Dio media vuelta y miró. Sobre la superficie desnuda y pulida del suelo había un
periódico, cuya forma redondeada indicaba que acababa de salir de la impresora. Se
acercó a él y lo recogió.
Durante un momento, no comprendió la razón por la que el Supe había considerado útil
transmitirle aquel documento. Las cabeceras de los artículos estaban dedicados a
asesinatos, atentados y alteraciones diversas. Su atención, más adelante, mientras
recorría rápidamente cada columna, quedó atrapada por un titular: EL INGENIERO
MUNDIAL RECIBE PODERES EXTRA ORDINARIOS.
Ayer, por un voto mundial sin precedentes, el Ingeniero Mundial fue autorizado para
congelar los créditos y negar los servicios del Complejo a los asesinos y a todos los
sospechosos de turbar la paz. El Complejo Principal ha registrado el total, casi
inconcebible, del 82% de los votos, de los cuales el 97.54% eran favorables al incremento
de atribuciones de la autoridad del Ingeniero Mundial.
Un artículo corto. Paul frunció el ceño. Era extremadamente importante, pero no
parecía una razón suficiente para que el Supe considerase útil pasarle el periódico.
Tampoco lo era echó un vistazo a los otros artículos el resto de información acerca
de turbaciones de orden emocional o revueltas. La máquina no estaba equipada para
sustentarse de la desgracia ajena y, ciertamente, estando Paul prisionero, no tenía razón [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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