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parec�a una ingrata. Pero lo ten�a grabado muy hondo en mi corazón. Aun en este momento...,
si no fuese lo que soy..., no podr�a dec�roslo. Pero no soy nadie, sólo la chica de un bandido,
sin nombre... Vos me hab�is salvado y soy... vuestra... para lo que os plazca... Con toda el
alma y el corazón..., �os amo!
XV
Cuando en los brumosos d�as estivales las sombras empezaron a alargarse en la ancha
cuesta que formaba la pradera roja, Juana Withersteen las comparó con las sombras que poco
a poco iban cercando su vida.
La se�ora Larkin murió, y la peque�a Fay quedó hu�rfana y sin parientes conocidos.
Juana redobló su cari�o por la ni�a, que era la luz que animaba sus tristes horas, y Fay se
volv�a hacia Juana en infantil adoración. Tambi�n en Lassiter causó la muerte de la se�ora
Larkin una reacción sutil. Antes, sin explicar los motivos, hab�a aconsejado muchas veces a
Juana que entregara la peque�a Fay a cualquier familia gentil que quisiera tomarla a su cargo.
Y la joven rechazó siempre apasionadamente semejante idea. Ahora Lassiter no hablaba ya
de ello, y contemplaba mas triste, m�s abatido e infinitamente m�s cari�oso a la ni�a. A veces
Juana sufr�a una inexplicable sensación de miedo, de terror, al ver a Lassiter contemplar as� a
la peque�a. �Qu� quer�a ver el jinete en el futuro de ella? �Por qu� se volv�a cada vez m�s
silencioso, m�s quieto, m�s sereno y m�s triste?
Juana se dijo que sin duda el jinete, con su casi sobrehumano poder de previsión, ve�a
m�s all� del horizonte las oscuras sombras que pronto se cerner�an sobre & sobre Juana y
sobre Fay. Juana Withersteen aguardaba el estallido de la tormenta, largo tiempo diferido,
con un valor y una amargada serenidad que era su �ltimo baluarte. No Hab�a muerto la
esperanza. La duda y los temores, dominados por su voluntad, ya no le daban noches de
insomnio y, de tortura. Qued�bale el amor. Todo cuanto hasta entonces hab�a amado, lo
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Librodot Los jinetes de la pradera roja Zane Grey
amaba m�s a�n. No pasó un d�a sin que fervorosamente rogara por todos y, con m�s fervor
todav�a, por sus mismos enemigos. La preocupaba haber perdido, o no haber tenido nunca el
completo dominio de su mente. En alg�n modo, la razón, la sabidur�a y la decisión hall�banse
encerrados en una c�lula de su cerebro, esperando la clave. No pod�a pensar en ciertas cosas.
Y mientras tanto, aguardando el d�a decisivo, luchaba incesantemente para anegar las
amargas gotas en la copa de su existencia, para desarraigar el corrosivo liquen que se aden-
traba en su corazón.
Una ma�ana, a mediados de agosto, Juana, esperando en el patio la llegada de
Lassiter, oyó la detonación de un disparo de rifle. El ruido proven�a del bosque de �lamos,
hacia la parte de los corrales. Escudri�ó alarmada, ponderando la significación del disparo.
�ltimamente hab�anse nido varias veces disparos de revólver, tiros hechos desde salvadora
distancia por cobardes esp�as contra Lassiter. Pero un disparo de rifle ten�a mayor
importancia. �Acaso los hombres que quer�an acorralarla se hab�an decidido a emplear los
rifles para quitarle el �nico amigo que le quedaba? Era probable..., era muy posible, pues ella
no compart�a la serena creencia de Lassiter, que afirmó no morir�a a manos de un mormón.
Juana lo tem�a desde hac�a tiempo. La constancia de �l para con ella, su singular dejadez para
valerse en su defensa de la fatal destreza que le diera terrible fama, cosas ambas ahora muy
evidentes para todos, expon�a al jinete a la inevitable muerte por asesinato. Sin embargo, i
qu� gran poder ten�a su talism�n contra las emboscadas de sus enemigos! � �No, no - se dijo
Juana -, es un talism�n, sino un maravilloso entrenamiento de los sentidos, que le advierte
siempre el inminente peligro.� En aquel momento oyó las conocidas pisadas y el ruido de las
espuelas de Lassiter, que entró a poco en el patio.
-Juana, por ah� fuera anda un hombre con un rifle - dijo, y; quit�ndose el sombrero,
mostró la ensangrentada faja qu� llevaba en la cabeza a modo de vendaje.
-He o�do el disparo; sab�a que iba por vos. A ver... La herida no es grave, �verdad?
-Creo que no. Tal vez no ha disparado desde cerca. Voy a ponerme en este rincón,
donde no pueden verme desde el bosque.
Desató la faja y mostró una extensa y sangrante herida en la sien izquierda.
-No es m�s que un corte -dijo Juana-. �Pero cómo sangra! Apretad la herida con la faja
hasta que vuelva. Juana entró en sus habitaciones v regresó con vendas y, mientras limpiaba y
vendaba la herida, hablaron.
-Ese hombre ten�a una buena ocasión para tumbarme. Debió de emocionarse al apretar
el gatillo. Cuando me ech� al suelo le vi correr por entre los �rboles. Llevaba un rifle.
Esperaba hace tiempo que apelasen a este procedimiento; ahora habr� de ocultarme un poco
m�s. A esos memos parece que les entra fr�o y temblor cuando me apuntan, pero uno de ellos
puede acertar por casualidad.
-�No quer�is marcharon..., alejaros de Cottonwoods, como os he rogado tantas veces,
antes de que os pase algo? - dijo Juana en tono de s�plica.
-Me parece que no.
-Pero, Lassiter..., vuestra sangre caer� sobre m�. -Escuchadme, bondadosa se�orita,
mirad vuestras manos, tan blancas v tan finas... �No est�n manchadas de sangre ahora? �La [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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