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De Roubaix acaba de decírmelo.
Aquella noticia fue saludada con gruñidos y silbidos. Belami levan-
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tó la mano para imponer silencio.
-Por lo tanto, para beneficio de Simon De Creçy, vamos a some-
ternos todos una vez más a la instrucción básica
Más gritos de protesta acogieron aquel anuncio. El maestro ser-
vidor continuó, imperturbable:
-Podéis pensar que ya lo sabéis todo. Yo os aseguro, mes cama-
rades, que no es así. En caso contrario, no estaríais aquí hoy.
Belami cogió a Simon por el hombro.
-Bernard de Roubaix me dice que este joven caballero cabalga
bien, tira bien y sabe manejar la espada y la lanza. Que yo sepa, nun-
ca se ha caracterizado por exagerar la nota, por lo tanto acepto la pala-
bra de mi superior como el Evangelio.
El veterano sonrió irónicamente.
-Al parecer, Simon de Creçy también sabe leer, escribir y hablar
varios idiomas, entre los que encontrará el árabe como el más útil.
¡Hasta sabe hablar inglés!
Una sonora carcajada de los cadetes acogió aquel anuncio.
-Estoy de acuerdo con vosotros, mes amis, que es una lengua
bárbara. Incluso la nobleza inglesa prefiere hablar francés. Lo que
pretendo señalar es que tenemos aquí un cadete relativamente inte-
ligente que anhela trasladarse a Tierra Santa tanto como vosotros. De
manera que, cuanto más le ayudemos a completar su instrucción bási-
ca, más rápidamente vamos a emprender la larga ruta hacia Marsella.
¿Comprenez?
Aquellas palabras surtieron efecto, y los jóvenes cadetes pusie-
ron toda su voluntad para acelerar la preparación de Simon. Dejaron
de lado las rivalidades y las bromas pesadas, y todos disfrutaron de la
experiencia.
La mayoría se repuso muy pronto de sus heridas o dolencias, y
todos ellos estuvieron tan ocupados, que no tenían tiempo de abu-
rrirse por la repetición del programa de instrucción, que era lo que
Belami pretendía.
Todos los días, el amanecer sobre el montañoso paisaje bosco-
so precedía a los ejercicios de equitación, de esgrima y del manejo
de la lanza. Practicaban, interminablemente, la formación táctica
montados a caballo, la carga y el giro brusco para volver a cargar,
corveteando, trotando y haciendo cabriolas, así como todos los ejer-
cicios y maniobras que contempla el manual de caballería. Al final
del entrenamiento, cabalgaban juntos como un solo jinete.
Trabajaron arduamente; comían bien y dormían como tron-
cos.
Por fin llegó la noticia del sur anunciando que la próxima nave
de transporte de templarios había zarpado de Tierra Santa para reco-
gerlos en el puerto de Marsella al cabo de pocas semanas. Aquella
noticia fue acogida con ensordecedores gritos de alegría, y hasta Belami
tuvo que reconocer que sus ocho cadetes poseían toda la capacidad
y preparación que él era capaz de brindarles.
De hecho, estaban tan bien entrenados que llegaron a salvarle la
vida al veterano. Ello ocurrió de la siguiente manera.
Como parte de su instrucción en el arte de la guerra, Belami
había llevado a su pequeño ejército Sena abajo para efectuar un ejer-
cicio de cruce del río. En la ribera que el veterano había elegido para
la demostración, el Sena corre velozmente entre altos acantilados
rocosos.
La cima del acantilado estaba densamente poblada de árboles de
considerable tamaño, de modo que había troncos suficientes para
construir una balsa. Todo lo que los cadetes tenían que hacer era aba-
tir los árboles y hacerlos rodar por el acantilado hasta la angosta pla-
ya de la falda.
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Las recientes lluvias de marzo habían aflojado las piedras de los
acantilados y una inesperada helada tardía había erosionado poste-
riormente la cara rocosa. En el lapso de una hora, los cadetes habían
construido una recia balsa, que estaba a punto para ser probada. Como
de costumbre, el veterano servidor subió a bordo de la estructura de
troncos para inspeccionar las ataduras y ponerla a prueba.
La balsa flotaba cerca de la playa, amarrada por una soga a las
raíces de un árbol caído cerca de la orilla. Por alguna razón, los nudos
no satisficieron a Belamí, que se dedicó a la tarea de rehacerlos más
apretados.
En aquel momento, se produjo un desprendimiento de rocas del
acantilado erosionado por la helada, que se precipitaron al Sena. El
consiguiente desplazamiento masivo de las aguas provocó un oleaje
que se abatió sobre la balsa. Antes que el sorprendido veterano pudie-
se saltar a la playa, la rugiente masa de agua había golpeado el extre-
mo de la balsa, de la que se desprendió uno de los troncos, que gol-
peó al servidor en la cabeza, dejándole aturdido y precipitándole al
furioso Sena.
Belami llevaba armadura y, sin conocimiento, desapareció sin [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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